Bajo el cielo plomizo de Extremadura, donde las dehesas se funden con historias de resistencia, surge una pregunta incómoda: ¿qué define realmente el bienestar de un adulto? Desde Badajoz, escribo con el corazón entre las manos, pensando en esos rostros que la sociedad prefiere ignorar. No hablo solo de ancianos con arrugas profundas como los surcos de nuestra tierra, sino de personas cuya identidad —neurodivergentes, con diversidad funcional o prácticas como el ABDL— choca contra un sistema que valora más las apariencias que la humanidad.
El peso invisible de las cifras
En España, casi una de cada tres personas vive con algún trastorno mental. La ansiedad, ese monstruo silencioso, acecha al 10% de la población, especialmente a mujeres. Detrás de estos números hay nombres: María, la vecina que te saluda cada mañana; Juan, el panadero que sonríe mientras amasa sus miedos. Para muchos de ellos, prácticas como el ABDL no son un capricho, sino un salvavidas. «No es sobre volver a ser bebé, sino sobre sentirme segura en mi propio cuerpo», me confesó una joven de Badajoz durante una charla íntima en un café del casco antiguo.
Cuando el pañal es un acto de amor propio
Imaginen un pañal. Ahora, olviden los prejuicios. Para algunos adultos, esta prenda es un abrazo constante, una forma de reconectar con esa parte de sí mismos que el mundo adulto les obligó a enterrar. El ABDL —Adult Baby/Diaper Lovers— no es un simple fetichismo. Es un ritual de autocuidado, como tejer o escribir un diario, pero con algodón y cintas adhesivas. La ciencia lo respalda: actividades que nos anclan al presente, como técnicas de “mindfulness” o la conexión con el cuerpo, reducen la ansiedad. ¿Por qué, entonces, nos cuesta entender que alguien encuentre paz envolviendo sus caderas en tela suave?
Mientras reflexiono, recuerdo las palabras de un psicólogo extremeño: «La salud mental no tiene manual de instrucciones. Si algo alivia el dolor y no daña a nadie, ¿quién somos nosotros para juzgar?». En un país donde el 40% de los mayores de 50 años lidian con trastornos mentales, quizás debamos escuchar más y sermonear menos.
Residencias que son espejismos
Hace unas semanas, cerraron en Andalucía otro centro fraudulento disfrazado de residencia. Lugares que prometen cuidados y solo ofrecen abandono. Extremadura, con su tasa de envejecimiento superior al 22%, no es inmune. Conozco historias desgarradoras: ancianos que venden sus tierras para pagar tratamientos fantasmas, adultos neurodivergentes encerrados en habitaciones sin ventanas. Mientras, discutimos sobre si el ABDL es «raro», ignorando que el verdadero escándalo son estos negocios que roban dignidad.
La ética del respeto: un puente entre mundos
Criticar al vecino por llevar pañales mientras permitimos que las residencias exploten a los vulnerables es como regañar a un niño por dibujar fuera del margen, mientras la casa se quema. La autonepiofilia —esa atracción por lo infantil—, cuando es consensuada y sin daño, merece el mismo respeto que cualquier otra forma de ser. Al fin y al cabo, ¿no usamos todos símbolos para sentirnos seguros? El pañuelo de la abuela que sobrevivió al cáncer, los auriculares del chico autista en el metro, la bufanda que tejiste durante el confinamiento…
Clara, o el arte de renacer con algodón
Permítanme contarles sobre Clara. Nació aquí, en Badajoz, entre olivares y calor asfixiante. A los 28, la ansiedad la tenía prisionera en su propia casa. Terapias, pastillas, noches en vela… Hasta que un día, casi por casualidad, se envolvió en un pañal de tela. «No fue volver a ser bebé —me dijo—, fue recordar que merezco protección, aunque tenga que dármela yo misma». Hoy, a sus 39, dirige un taller donde cose ropa adaptada para adultos con necesidades como la suya. Sus creaciones no son solo prendas: son armaduras contra el mundo.
En su taller hay un letrero bordado a mano: *»Lo que nos hace diferentes nos hace necesarios»*. Clara me explicó que lo escribió después de leer que el 14% de las mujeres españolas sufren ansiedad. «Si mi historia ayuda a una persona a sentirse menos sola, habrá valido la pena», susurró mientras tejía una falda con bolsillos especiales.
La tierra árida también florece
Extremadura enseña que hasta el suelo más seco puede dar frutos con cuidado. Así somos las personas: complejas, contradictorias, llenas de grietas por donde se cuela la luz. Abracemos a esos adultos que eligen pañales, terapias alternativas o silencios largos. Defendamos sus derechos con la misma furia con que protegemos nuestros olivares centenarios.
Porque al final, la salud mental no es una batalla contra diagnósticos, sino un viaje hacia la libertad de existir sin disculpas. Y en ese camino, todos —con pañales, con canas, con cicatrices— merecemos caminar con la cabeza alta. Como los alcornoques de nuestras dehesas: firmes, imperfectos, esenciales.