Hace una década, mencionar «ramen» en España solía evocar imágenes de sobres instantáneos. Hoy, sin embargo, es sinónimo de colas frente a locales en Madrid, Barcelona o Valencia, donde la gente espera por un bol humeante de caldo, noodles y umami. Como especialista en blogs de cultura asiática, en especial de gastronomía japonesa, he visto cómo este plato, que para mí es nostalgia pura, se convirtió en un fenómeno cultural. Y no está solo: su auge me recuerda al boom global del matcha, aunque con un sabor muy distinto.
De China a Japón (y de ahí, al mundo)
El ramen nació en China como lamian (fideos estirados), pero fue en Japón donde se transformó. Llegó a finales del siglo XIX, y tras la Segunda Guerra Mundial, se popularizó como comida callejera reconfortante y accesible. Cada región lo adaptó: el tonkotsu cremoso de Fukuoka, el shoyu oscuro de Tokio o el miso robusto de Hokkaido. En España, su llegada masiva es reciente. Primero, a través de restaurantes étnicos; luego, con la ola de foodies y series como Naruto, que lo hicieron «cool».
Un Plato con Alma (y Muchas Personalidades)
El ramen es una sinfonía de elementos:
- Caldo: horas de cocción. El tonkotsu (hueso de cerdo) es espeso; el dashi (algas y bonito), ligero.
- Noodles: trigo, con texturas que van desde suaves hasta al dente.
- Toppings: chashu (cerdo), ajitama (huevo marinado), nori…
En España, los chefs juegan con ingredientes locales. ¿Ejemplos? Caldo de jamón ibérico, gyozas rellenas de morcilla o ramen de mariscos en Galicia. Es una fusión respetuosa, como cuando el matcha se mezcló con churros o helados, pero sin perder su esencia.
Equilibrio perfecto
Un bol típico (500-800 kcal) ofrece proteínas (huevo, carne), carbohidratos (noodles) y vitaminas (verduras). El caldo de huesos aporta colágeno, ideal para la piel, pero su alto sodio exige consumo consciente. Como el matcha —rico en antioxidantes pero a menudo acompañado de azúcar en postres—, el ramen brilla cuando se aprecia su autenticidad, no solo como «moda».
Los protas de la globalización gastronómica
Ambos son embajadores de Japón, pero con caminos opuestos. El Jazmín en té y su combinación con el matcha sedujo al mundo desde lo healthy: lattes vibrantes, tartas detox, influencers con tazas fotogénicas. El ramen, en cambio, triunfa desde lo visceral: es abrazo líquido, comida para el alma. En España, su éxito refleja una búsqueda de experiencias auténticas y reconfortantes, similar a cómo el matcha llenó el vacío de lo «exótico pero saludable». Curiosamente, ambos conviven aquí: tras un bol picante de ramen, ¿qué mejor que un postre de matcha para equilibrar?
El ritual social
En Japón, el ramen se come rápido, en silencio, casi en soledad. En España, se comparte: fotos en Instagram, grupos amigos probando toppings, chefs explicando el origen del caldo. Es un ritual colectivo, como las meriendas de churros, pero con sabor a otro mundo. Y quizás ahí está su magia: nos recuerda que, aunque las culturas sean distintas, el placer de una buena comida nos une.
Hoy, cuando veo a un abuelo español sorbiendo noodles con la misma pasión que un turista en Tokio, pienso que el ramen ya no es solo japonés. Es universal. Y España, con su paladar aventurero, lo ha adoptado como propio. Igual que el matcha, pero con más caldo y menos azúcar.